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Hotel Pera Palace de Estambul

Rafael de la Fuente   Marbella
Fecha: 14-12-2012 - 17h19
Modif.: 14-12-2012 - 17h19
Publicado por: Rafael de la Fuente
Enlace completo: https://raf.worldofgalina.com/?articulo=Hotel Pera Palace de Estambul&cod=1257



 
Algunas de las personas que en este planeta mejor dominan el arte de saber viajar llevaban años diciéndomelo: Estambul es una ciudad que no te puedes perder; no tiene nada en común con cualquier otro lugar. Nunca verás en tu vida nada parecido. Y si vas allí no te pierdas el Pera Palace, o el Pera Palas, como lo llaman los turcos.
 
Fue motivo de emoción para este viajero el cruzar recientemente el umbral de ese hotel. Probablemente uno de los más fascinantes del mundo. Con connotaciones además muy personales para mí. Unidas éstas mediante una línea que iría entre el barrio del Beyoglu de Estambul, no lejos de la famosa Torre Gálata, y la Málaga entre la catedral y la calle Larios. En sus primeros tiempos el Pera Palas fue la creación de una gran empresa con un nombre maravilloso. Y que de alguna forma ha sido parte de mi vida, La Compagnie Internationale des Wagons-Lits et des Grands Express Européens.
 
El Pera Palace fue creado en 1892 para alojar a los viajeros que llegaban a la capital del Bó́sforo en el tren más legendario de Europa, el Orient Express, propiedad de aquella empresa con ese nombre tan largo como romántico. Siguiendo un itinerario para siempre consagrado por la literatura, el Orient Express salía de París, paraba en Viena y en otros lugares y algo más de tres días después llegaba a la estación Sirkeci de Estambul, en el Cuerno de Oro.
 
A finales de los años cincuenta yo trabajaba en la sucursal malagueña de esa empresa. En España se la conocía como la Compañía Internacional de Coches-Camas y de los Grandes Expresos Europeos. Las oficinas abiertas al público estaban en una esquina entre la calle Strachan y la calle de la Bolsa. Quise creer entonces, hace ya más de medio siglo, que un día visitaría Estambul y entraría en aquel hotel de novela que mi empresa había levantado para los afortunados viajeros de aquel tren. Pues todo fue gracias al tren. Como también había ocurrido en 1901 en Algeciras, con el Reina Cristina. El primer gran hotel de la Costa del Sol, levantado por la Algeciras & Gibraltar Railways para acoger a los viajeros que llegaban a la ciudad del estrecho con el Sud-Expreso de Madrid y París.
 
El Pera Palas más que un hotel puede ser un estado de ánimo un mundo encantado que la nostalgia cristaliza y renueva cada día, una tensión entre el ser y el estar que oscila como un péndulo milenario. Como nos lo hizo notar a nuestra llegada Miss Irem, nuestra joven anfitriona, con su fino sentido del humor, su inteligencia y su empatía. La que nos permitió el privilegio de sentirnos como unos amigos de toda la vida que vuelven a casa, después de un largo y fatigoso periplo.
 
El Pera Palas vuelve a ser uno de los hoteles divinos. Rescatado del mundo del olvido y las sombras gracias a una renovación modélica que terminó felizmente en septiembre de 2010. No es frecuente que un hotel irrepetible, lleno de magia y con una historia de más de un siglo, pueda volver a la vida pletórico y con todas las esencias intactas. El Pera Palace lo había conseguido. Plenamente. Fue un hermoso triunfo del buen gusto sin concesiones a la vulgaridad y la inteligencia sin concesiones a los atajos.
 
Desde sus inicios había pertenecido por relevantes méritos a la familia de los grandes Palaces europeos. Era evidente que los viajeros del augusto Orient Express ya tendrían en el Bósforo un alojamiento digno del tren fabuloso que les había llevado a los confines de Europa. Fue uno de los hoteles más deseados del mundo. Y en su nueva vida todo prometía seguir igual. Como en el Ritz de Madrid la recepción seguía estando separada de la conserjería. Y como en el otro Ritz, el de la Place Vendome de París, los salones habían sido diseñados para hacer inolvidable la entrada de una dama. Y donde el secreto de la perfección sigue estando en que los engranajes nunca se noten.
 
Todos los objetos sacros del culto a la hospitalidad estaban allí. El ascensor de maderas nobles, majestuoso sin ser excesivo, tan amado por el escritor británico Daniel Farson (“Es el ascensor más bello del mundo”). La riqueza bien medida de los artesonados, el palanquín en el que los viajeros llegados a la estación de Sirkeci subían las cuestas del Beyoglu después de atravesar el Cuerno de Oro. El rito del “high-tea” de las tardes. Como en un salón de la mejor sociedad londinense. El bar donde esperaban todas las bebidas imaginables, custodiadas por las fotos -algunas maravillosamente amarillentas- de los grandes personajes que habían hecho del Pera Palace su casa.
 
Aquel hotel, tan especial y tan único en tantos aspectos, había sido diseñado en estilo neo-clásico con el art nouveau nunca lejos e incorporando vigorosos elementos de la arquitectura tradicional otomana. El paso de los años y los cambios en un mundo cada vez más complejo no lo habían alterado. Tan solo un comprensible cansancio del que ahora ha emergido, en una segunda juventud.
 
“El sol al levantarse por encima de las colinas de Pera, sobre los minaretes de la ciudad y el Cuerno de Oro, te llenaba el corazón con una felicidad intensa...” Así describía su primera mañana en el Pera Palas el escritor noruego y Premio Nobel Knut Hamsun.
 
Los prodigios de un mundo nuevo acompañaron los primeros pasos del Pera Palace. Después de los palacios imperiales, fue el primer edificio de Estambul que recibió el milagro de la electricidad. Y otros portentos, como aquel ascensor. Como el otro milagro del agua caliente en los cuartos de baño. O el teléfono en las habitaciones. Como aquellos salones palaciegos iluminados por candelabros y por las lámparas más deslumbrantes de las grandes manufacturas europeas. Todo servía de marco para una sofisticada sociedad internacional, que, gracias al hotel, se encontraba como en su casa en aquella ciudad irrepetible, entre Asia y Europa, donde la gente hablaba en más de 40 idiomas.
 
Escribía la admirable Natalie de Saint Phalle: “El hotel es mítico y está milagrosamente intacto. Desde la llegada de Sarah Bernhardt a la habitación 304, de Mata Hari a la habitación 104, de Greta Garbo a la habitación 103, de Hemingway a la habitación 218, nada ha cambiado...”
 
Pero si está cambiando -en positivo- el entorno del Pera Palas. Algo degradado por el tiempo estancado y por la presencia en aquellas calles de algo fúnebre: un hotel con sus puertas cerradas. Me encontré con signos alentadores. Como una recién inaugurada y encantadora tienda de L'Occitane. Abierta para atender a los huéspedes de un hotel que había vuelto a la vida. Donde ocurre algo similar a lo que nos contaba Natalie de Saint Phalle, citando el párrafo de Jean Giraudoux en su carta a su bien amada Lilita: “Llevo aquí un día y podía hablarle de esto una semana entera. Tengo ya veinte hábitos entrañables...”
 
El sol se pone y desde los alminares de las mezquitas truenan las llamadas del almuecín . La ciudad se va llenado de luces. Y la imaginación del viajero se nutre de vivencias y de viejos enigmas. Como los de la famosa habitación 411 del Pera Palas, donde Agatha Christie escribió uno de los libros más leídos del mundo: el “Asesinato en el Orient Express”. No muy lejos de otra habitación que hoy en día es conservada y visitada como un santuario. La que ocupó Mustafá Kemal Pasha, el creador de la nueva Turquía, al que conocemos como Ataturk, “El padre de los turcos”. En una de las primeras páginas de la novela de Agatha Christie alguien gritó “En voiture!” en el largo andén de la estación de Estambul. ¡Viajeros al tren! “Y el Orient Express iniciaba su viaje de tres días a través de Europa”, dejando en la lejanía un lugar al que siempre desearemos volver.



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